Estrés es una palabra de uso habitual, tanto en la conversación general como en los medios de comunicación. Pero muy poca gente es capaz de explicar con precisión su significado, aunque todo el mundo cree saber de qué se trata. Incluso entre los científicos existe un gran número de discusiones y propuestas alternativas, estando todos de acuerdo en que es muy difícil definir el estrés. Cada nuevo tratado, artículo o conferencia sobre el tema comienza lamentando la imprecisión con la que los demás utilizan el término, para acabar proponiendo otra nueva definición.
El primero que usó la palabra estrés en un contexto científico fue Hans Selye, que contribuyó poderosamente tanto a su aceptación especializada como a su popularización general. Los estudios de Walter Bradford Cannon y de Walter Rudolf Hess, menos conocidos, pero fueron esenciales para sentar las bases fisiológicas y neurobiológicas del estrés. La potente personalidad de los pioneros fue un gran motor para el desarrollo histórico de la idea. Entre ellos cabe incluir al fundador de la psico-endocrinología, John W. Mason, que dio al componente psicológico del estrés la justa importancia que actualmente tiene.
Consideraciones semánticas
Una de las claves para poder entender la relativa confusión en el uso de la palabra “estrés” está en la larga evolución semántica del término en las lenguas europeas, sobre todo en inglés, que es la que desde hace más tiempo la utiliza. Etimológicamente deriva del latín stringere, cuyo participio pasado es strictus, y que tiene el significado original de comprimir o apretar. Su arraigo en lengua inglesa es tan antiguo que algunas de sus acepciones son ya consideradas como arcaísmos.
El prestigioso Webster´s Dictionary recoge trece acepciones distintas, procedentes de campos tan diferentes como la fonética, la ingeniería, la medicina o la música.
La idea popular del estrés
La verdadera dificultad en el empeño de poder definir el estrés no está en la polisemia o diversidad de significados, sino en la inadvertida coexistencia de dos utilizaciones distintas: el popular y el científico. El primero está de tal manera introducido en el lenguaje común que los propios científicos profesionales caen en el continuamente, sin tener en cuenta que es impreciso, porque sigue aún en evolución.
Es más lógico defender la función notarial de los Diccionarios de las lenguas vivas, es decir, su capacidad para explicitar el significado real de las palabras en su uso habitual general. Sólo después de satisfacer esta tarea puede apelarse a su función normativa, y añadir una segunda acepción técnica restrictiva.
Pero es siempre difícil aplicar una definición técnica restringida a un vocablo que está muy vivo en el lenguaje popular.
Por lo que, ateniéndonos al uso vulgar cotidiano, se propone la siguiente definición notarial de estrés para su aplicación no científica ni especializada:
“El estrés es cualquier estímulo o situación que modifique o interfiera con el equilibrio fisiológico normal de un organismo, así como los estados de ese organismo que implican sobreesfuerzo o tensión física, mental o emocional”.
La idea científica del estrés
Con el transcurso del tiempo y el avance del conocimiento, el concepto de estrés, que parecía razonablemente simple al principio, ahora sólo es para su uso popular. En el sector científico ha ido adquiriendo a lo largo de su evolución una gran complejidad, hasta el punto de que es difícil formular hoy en día una definición lo bastante amplia y compresiva como para hacer justicia a todos sus aspectos esenciales. Hace ya algún tiempo que Appley et al. 1967, han propuesto seriamente renunciar al uso científico de la palabra estrés y utilizarla siempre en su acepción popular. Pero eso ya se está haciendo, en ocasiones de manera exagerada.
Además de servir para designar condiciones ambientales y psicosociales extremas, se utiliza como sustituto de ansiedad, conflicto, sufrimiento, alteración emocional, amenaza, frustración, activación y de otros muchos términos. De acuerdo con este planteamiento, es razonable prescindir de la palabra por completo y volver a llamar a las cosas por su nombre. Pero los intentos de definición científica continúan.
Definiciones fisiológicas
El uso científico de un término ha de estar obligatoriamente restringido a sus aplicaciones especializadas y requiere de una definición técnica precisa y estable. Las definiciones de Selye y las que derivan de los trabajos de Cannon y de Mason parecen cumplir estos requisitos. La segunda definición de Selye: “Estrés es la respuesta inespecífica del organismo a toda demanda hecha sobre él”, Estrés es la suma de todos los cambios no específicos causados por hiperfunción o lesión, fórmula las dos condiciones necesarias y suficientes que debe satisfacer un proceso orgánico para ser estrés:
-Producirse como respuesta a un estímulo, situación, exigencia o cambio que se sale de lo habitual o que implica un esfuerzo o sobrecarga.
-Ser inespecífica, común a los más variados tipos de esfuerzo o sobrecarga.
Treinta años antes a Selye, Cannon no dio una definición concreta del estrés y es probable que no fuera consciente de la importancia que sus trabajos iban a adquirir en este campo, al complementarse tan perfectamente con los de Selye.
Otra alternativa es el recurso a definiciones ostensivas, aquellas que se sirven de un ejemplo o que nos dirigen hacia una situación general en la que se da el fenómeno, sin entrar en detalles sobre su esencia.
Definiciones psicológicas
En contraposición a los enfoques fisiológicos y desde el pleno centro del movimiento psicosomático, Engel (1962), confirmó la primera definición de estrés en términos psicológicos:
“Estrés psicológico es todo aquel proceso causado tanto en el ambiente exterior como en el interior de la persona, que impone un apremio o exigencia sobre el organismo, cuya resolución o manejo requiere el esfuerzo o la actividad del aparato mental, antes de que participe o sea activado ningún otro sistema”.
Esta definición incluye como fuente de estrés procesos internos, con lo que explicita un aspecto importante ya señalado por Cannon y Mason: lo que determina la reacción de estrés es la consideración de las circunstancias externas como nocivas. Elaboraciones mentales patológicas, tales como amargarse la vida con opiniones negativas, atemorizarse con anticipaciones destructivas o atormentarse malinterpretando situaciones inofensivas son estresantes en sí mismas, independientemente de su correspondencia en el mundo exterior.
Richard Lazarus, 1966, destacó la importancia de la conducta como factor atenuador del estrés psicológico. Describió así estrategias de afrontamiento, actividades dirigidas hacia la fuente del estrés, con valor potencial para controlarlo o eliminarlo. La experiencia de dominio de la situación a través de una conducta activa reduce los efectos psicológicos del estrés, aunque no siempre influye en los efectos endocrinos. Lazarus, fluctuó entre considerar el estrés como un estímulo o como una respuesta, hasta que acabó por definirlo en términos de la relación entre ambos:
“Estrés psicológico es una relación personal entre una persona y su ambiente, que es evaluada por la persona como una imposición o exigencia o como algo que excede sus recursos, poniendo en peligro su bienestar”.
Resumiendo, el estrés se origina por la conjunción de tres grandes grupos de variables: las propias del medio, o factores externos de estrés; las propias de la persona o factores internos de estrés; y los factores moduladores, que no están directamente relacionados ni con la inducción ni con la respuesta de estrés, pero que condicionan o modifican la interacción entre factores internos y externos.
*Bibliografía “Los síndromes de estrés”, de Luis de Rivera.