Introducción. ¿Nos está poniendo a prueba el Covid-19?
El Covid-19 está creando un serio debate en todo el sistema político, social y económico de los cinco continentes. En España, a día de hoy, tenemos más de 172.600 casos confirmados y la escalofriante cifra de más de 18.100 fallecidos.
Desgraciadamente, vivimos en la actualidad una situación realmente insólita, como si se tratara de una película de ciencia ficción, pero no, muy a nuestro pesar, es cierto lo que ocurre, un virus totalmente desconocido está atacando sin piedad al ser humano. Queremos reflejar varias reflexiones:
- La especie humana se cree imbatible, ahí nos equivocamos, una cura de humildad no nos vendría mal, porque somos más débiles de lo que a veces nos creemos.
- De la misma manera que somos vulnerables, también asomamos nuestra fuerza, nuestra capacidad de reaccionar y de trabajar en equipo, sanitarios, científicos, políticos, investigadores, con cuidado y prevención. Ante una emergencia de este tipo, se coordinan múltiples efectivos y se trabaja de forma continuada y prácticamente sin descanso.
- La globalización es una cuestión medioambiental, no solo económica, e igual con la misma rapidez las personas viajamos a cualquier rincón del planeta, también viajan nuevos y desconocidos problemas, como el actual y temido coronavirus.
- Ninguna persona está a salvo de un peligro como este. Todos nos debemos sentir igual ante una amenaza.
- La responsabilidad de cada individuo está suponiendo además una responsabilidad social: empresas, familias, instituciones, etc., están, de manera colectiva, tomando medidas de precaución con la finalidad de parar la propagación de la pandemia.
- La coherencia y el sentido común, son vitales en esta situación, para poder prevenir ante una gravedad tan desconocida; tener prudencia, cautela, y sabiendo de primera mano que la sociedad no se va a colapsar en recursos de subsistencias y abastecimientos.
- Hay que dejar trabajar, que los médicos y sanitarios actúen que las urgencias funcionen y que no entremos en una espiral de trastorno colectivo, sino de precauciones y prevención.
- Sin lugar a dudas, los costes económicos serán grandiosos e incontables. Va a resultar tremendamente complicado cuantificar cuántas son las pérdidas y cómo se van a asumir, porque las vamos a asumir entre todos.
- Pero, hay que dejar claro y tenemos que ser conscientes de ello, que lo más importante y significativo es que, por encima de las pérdidas económicas, del choque social, de la angustia y ansiedad personal, lo primero es la salud de todos los ciudadanos.
Todas las decisiones que se están tomando, por parte del Gobierno español, de cancelar eventos significativos como Las Fallas, la Semana Santa, el Puente de Mayo, etc. Tienen una finalidad prioritaria, que no es otra que la salud de todos nosotros.
En estos duros momentos y tan intensos que estamos viviendo, y que serían complicados de contar si no los estuviéramos padeciendo, es cuando se demuestra la fuerza del Estado Social de Derecho, del trabajo de los funcionarios, de su burocracia administrativa y del necesario liderazgo político, capaz de tomar decisiones duras y complicadas que ayuden a la prevención de la propagación.
Es seguro, y como siempre ocurre en estas situaciones, habrá quienes critiquen sea lo que sea que deciden los responsables del Gobierno.
Pero cuando todo esto haya terminado, se sabrá quién ha estado o no a la altura de las circunstancias. Y el gobierno de España junto con las Comunidades Autónomas está actuando por el bien social, haciendo todo lo que está en su mano, a pesar de los errores.
Las personas, la principal prioridad
El Covid-19 está poniendo a prueba a toda la humanidad y a sus valores. Y, ¿en qué lugar quedamos, somos solidarios o egoístas? Y lo más importante de esto, ¿se pueden modificar los comportamientos adversos en esta crisis?
Como se suele decir en términos coloquiales, “hay de todo”: desde los panaderos, reposteros, cocineros, que preparan en estos días y de forma altruista menús diarios para sanitarios o para personas con escasos recursos, hasta individuos que intentan “escaparse” de la Guardia Civil y de las autoridades para poder ir a disfrutar de su segunda residencia y se pasan el confinamiento “por el forro”.
Desgraciadamente, siempre quedarán presumidos que desafían al resto.
Enric Pol, psicólogo social y catedrático de la Universitat de Barcelona, asegura que los humanos, por naturaleza, son cooperativos y solidarios.
Corrobora que hay personas más altruistas y otras más egoístas, y todo dependerá de la medida de valores con que se ha educado cada uno, aunque tenemos que preguntarnos cuáles son los valores que predominan en nuestra sociedad.
Jordi Busquet, sociólogo, profesor de Blanquerna-Universitat Ramon Llull, concreta que discutir sobre si somos solidarios o egoístas es casi filosófico.
Busquet comparte el punto de vista de algunos escritores de que “los seres humanos somos sociales, cooperativos y que por eso hemos desarrollado la comunicación y la inteligencia, y esa capacidad de unión a gran escala incluso con personas desconocidas, de otros países, es lo que ha admitido a la Humanidad subsistir a problemas que de manera individual no se podrían haber superado”.
El sociólogo admite que, desde un punto de vista económico, el prototipo social es que el ser humano es irracional y egoísta y busca solo satisfacer sus deseos personales y necesidades, y sobre esta hipótesis giran el consumo y el sistema económico actuales.
Esta perspectiva explica que siempre habrá empresarios que sigan pensando más en sus beneficios más que en el interés de sus trabajadores.
En cambio, continúa Busquet, cuando hay un contratiempo, como ahora, se pone en evidencia que la economía debe quedar en segundo plano, se prioriza la salud de la ciudadanía por encima de todo.
Por naturaleza, los humanos somos solidarios
Enric Pol, mantiene que, en situaciones de emergencia, como la que nos concierne ahora con el coronavirus, lo más normal, y en contra de lo que se pueda pensar, son las reacciones de ayuda, a no ser que intervengan otras circunstancias.
Esas circunstancias serían fundamentalmente las que merman credibilidad al mensaje de emergencia. Señala Pol, que, si una persona necesita ayuda, la primera reacción es ofrecérsela, pero si tienes la idea de que no es sincera, que oculta intereses, es probable que al final no se la brindes.
De alguna manera, se obra en función de la lectura que se hace, de lo que se ha puesto de moda en los últimos tiempos en política: relatar. Si uno nota que la narración es falsa o floja, se pondrá en cuestión.
Si las autoridades gubernamentales señalan que hay que disminuir el contacto entre los seres humanos, y así evitar el contagio, uno puede pensar si me voy al campo allí tengo menos riesgo.
No se piensa, por consiguiente, en la gente que vive en el campo. Esto ocurrió el fin de semana previo al aislamiento, pero más que una posición egoísta, Pol ve en ello una visión errónea de la situación.
Es lo mismo que aquellos jóvenes que van de botellón o de fiesta a casa de amigo, porque piensan que su grupo no tiene riesgo de contagio. O los que se saltan el confinamiento para salir a hacer deporte.
Tienen también una idea completamente equivocada los que creen que no pueden contraer el virus, porque se cuida o toma las máximas precauciones. Está claro que posee una información incorrecta o elige no pensar que se puede contagiar para no alterar su vida.
Comenta Pol que el ser humano tiende a racionalizar más que a ser racionales, a basar las decisiones que tomamos más que a razonar adecuadamente.
Busquet, en cuanto a algunos comportamientos egoístas, los atribuye al miedo, a la inquietud, a la inseguridad. Quien acapara alimentos puede que no sea egoísta, solamente piensa en sus hijos.
El sociólogo dice que es muy difícil saber canalizar lo individual y lo colectivo a la vez. Las propias autoridades van cambiando de medidas según va aconteciendo todo.
En busca de soluciones
Tanto Busquet como Pol creen que las autoridades gubernamentales o autonómicas no han sido totalmente claras con sus mensajes, lo que favorece construir narraciones que no se ajustan a la realidad. Los mensajes en un principio fueron flojos y ha habido contradicciones.
Esto hay que agregarlo a que la pandemia se propaga muy rápida, y un día se decía a la gente que podía salir a la calle sin problema y solo evitando las agrupaciones de personas, y dos días después ya no se podía salir ni a la calle.
Las medidas y los mensajes que un día parecen concluyentes y al siguiente cambian, lo que hacen es restar su credibilidad y favorecer la desconfianza de la gente y que se adopten patrones de conducta desfavorables.
Las autoridades deben hacer entender que un día o en un determinado entorno se puede hacer una cosa y en otro contexto no.
Pero eso es complicado porque la mayoría de mensajes se generalizan, por ejemplo, cuando el ministro de Salud en Francia no aconseja tomar ibuprofeno, porque empeora el virus, y al día siguiente, otras autoridades sanitarias lo subsanan. Comenta Pol que, si no suaviza el mensaje, siempre habrá quien no se sienta aludido.
También se opina que, puede no se midiera bien la idea de autorizar, en un principio, la apertura de peluquerías o de pasear el perro, porque hay quien puede pensar que si se está permitido sacar un rato al perro puedo hacer lo mismo con mi hijo.
Otro principio fundamental sería no arrojar normas que no se puedan cumplir. Esto se dice porque, cuando se decretó el confinamiento en España, el primer día hubo vagones de metro abarrotados de gente que tenían que ir a trabajar.
¿El altruismo tiene edad?
Muchos jóvenes y adolescentes han sido analizados en esta epidemia por un comportamiento inconsciente, por tomarse la suspensión de las clases como unas vacaciones.
Enric Pol corrobora que el altruismo se da en todas las edades, pero se contempla una diferencia en el proceso de socialización de las nuevas generaciones y las anteriores, en la forma como se transmiten los valores.
En las generaciones anteriores se transmitían por la familia y la escuela, en cambio, la generación adolescente actual, se socializa sobre todo por las redes sociales, por la relación con sus semejantes, los mensajes e imágenes virales, los memes, etc.
Pol dice que, en las redes sociales no se sabe bien quién construye y quién transmite los valores, si hay intereses detrás, no se sabe nada.
En estos duros días se multiplican las iniciativas de ayuda.
Busquet informa del sacrificio desinteresado de muchos profesionales de la salud, o cómo se crean redes para ayudar a personas mayores en las mismas comunidades de vecinos, asociaciones, todo sin ánimo de lucro.
También cómo muchos cocineros se ofrecen para cocinar para personal hospitalario, o los médicos especialistas en áreas no relacionadas directamente con el coronavirus, que en su tiempo libre se ofrecen para consultas en línea, con personas con algún problema de salud ante la saturación de los centros sanitarios.
Y tantos artistas que dan conciertos gratis online o cuelgan obras de teatro o chistes de forma gratuita.
John Drury, profesor de la Universidad de Sussex y Stephen Reicher, de la Universidad de Saint Andrews, en un post en la web de la Sociedad Británica de Psicología, examinan cómo se dirige el comportamiento colectivo, ya que hasta ahora se decía que había que apelar al interés individual.
Pero confirman que, en esta emergencia, esta teoría es errónea, porque los jóvenes o personas sanas no ven necesidad de adoptar demasiadas medidas ante el virus.
Por ello, cada persona tiene que sentirse aludida, saber que uno puede incluso correr riesgos a nivel individual, pero tiene el deber moral de no poner en riesgo a los demás, tomando medidas para no transmitir el virus a sus familiares o a otras personas cercanas.
El altruismo no tiene edad, pero los jóvenes hoy toman, desgraciadamente, gran parte de sus valores de las redes sociales.
En el espacio comunitario, explican que hay que hacer ver que no son apropiados ciertos comportamientos dirigidos por el propio interés, como ir trabajar con fiebre, o acudir al hospital a pedir que le hagan la prueba del coronavirus si no está grave, algo que sucedió mucho los primeros días.
Otro post de Olivier Klein, de la Universidad Libre de Bruselas, menciona que las autoridades suelen recurrir a la teoría del empujón, lanzada por el Nobel Richard Thaler, donde se trata de modificar un entorno para orientar conductas.
Pero esto parte de una visión desmoralizada de la sociedad, donde las personas no tienen el nivel intelectual de sus dirigentes o no tienen autodisciplina.
En esta pandemia, Klein defiende a gobiernos como el de Bélgica, de la “preocupación colectiva”, donde se deberían adaptar políticas apelando a la solidaridad con el resto de la comunidad.
Nueva York. El Covid-19 pone a prueba el sistema de salud más caro e inaccesible del mundo
A día de hoy, Estados Unidos supera ya el número de 24.000 fallecidos por coronavirus y más de 585.000 infectados. Estas cifras han puesto de manifiesto las deficiencias del sistema sanitario más complicado e inasequible del mundo industrial.
La administración del presidente Trump está siendo aplastada para que costee tanto las pruebas del virus como su posterior tratamiento.
Una forma, aseguran los expertos, de que los posibles infectados vayan al médico sin miedo a salir después con una factura de miles de dólares. Como le ocurrió a nuesro protagonista, Osmel Martinez.
Osmel tuvo que viajar a China por negocios. Cuando volvió a Miami, se encontraba mal y decidió, pese a tener un seguro de salud mediocre, ir a hacerse la prueba al hospital Jackson Memorial.
Afortunadamente, solo se trataba de una gripe común; sin embargo, dos semanas después, Martínez recibió la factura médica: 3.270 dólares.
¿Cómo pueden esperar que ciudadanos normales, trabajadores, ayuden a eliminar el potencial riesgo de contagio si los hospitales te cobran 3.270 dólares por una simple analítica y una prueba nasal?
El coronavirus asusta mucho a Trump
El coronavirus amenaza con descarrilar la vigorosa confianza económica y alborotar un año decisivo en Estados Unidos.
Un ciudadano y periodista, Argemino Barro, de Nueva York alega que, de no haber sido por la emergencia sanitaria del virus, habría ido a una farmacia a comprar una medicina y luchar contra la gripe en solitario. La preocupación por su salud y por la de sus vecinos le acabó costando más de un mes de salario.
El caso de Martínez no es una excepción. Según las últimas cifras disponibles de 2018, en Estados Unidos hay unos 28 millones de personas sin ningún tipo de cobertura médica.
Como dato curioso, Osmel Martinez no entra en este grupo, sino al de quienes no están lo suficientemente asegurados, casi la mitad de los adultos del país. Datos que pueden poner serios agujeros al control de la crisis del Covid-19.
Donald Trump, el presidente de EEUU, ha reconocido esta semana que se va a mirar a los que no son asegurados, porque tienen un gran problema. Su gobierno lleva días discutiendo sobre cómo va a proceder.
De momento ha comunicado que los programas públicos para las personas mayores y de mínimo poder adquisitivo, el Medicare y el Medicaid, costearán la prueba del virus. Así mismo, lo harán los seguros privados, ya que el test ha sido declarado un beneficio vital de salud.
El presupuesto de miles de dólares de los análisis y los tratamientos producirá que mucha gente sin compañía aseguradora o no lo suficientemente asegurada, eluda el cuidado por los síntomas de coronavirus, afirmó el Comité de Supervisión de la Cámara de Representantes, presidido por demócratas.
Dicen que no solamente hará daño a aquellos que no se traten, también aumentará la propagación del Covid-19.
Efecto dominó
El problema tiene muchas bifurcaciones. Los pacientes ponen en riesgo su salud por causas económicas, y también lo abonan los hospitales, que suelen correr con los costes de los pacientes que no pueden pagar.
En 2017, los hospitales de Estados Unidos se quedaron sin cobrar 38.000 millones de dólares.
Tom Nickel, vicepresidente de la ‘American Hospital Association’, apresuró al Gobierno a cubrir a los pacientes del coronavirus. Declaró que nadie debería pensar dos veces el pedir un tratamiento o una revisión debido a los costes.
Otra magnitud del problema es la desprotección en el trabajo. Estados Unidos es el único país de la OCDE cuyas leyes no garantizan la baja por enfermedad.
Por consiguiente, según el centro de análisis WORLD, uno de cada cuatro trabajadores enfermos sigue yendo al trabajo para evitar quedarse sin salario.
Si a esto sumamos el hecho de que el 59% de los trabajadores estadounidenses viven nómina a nómina, los incentivos se van acumulando para que las personas infectadas continúen yendo a sus oficinas.
Una de las medidas que baraja la Casa Blanca es la de pagar a los médicos y hospitales, pero a través de fondos dedicados por regla general a desastres climatológicos. Cuando el Huracán Irma originó varias devastaciones en 2017, el Sistema Médico Nacional de Desastres cubrió los costes de 85 pacientes.
Según ‘The Wall Street Journal’, la agencia del Gobierno pagaría un 110% de los precios reunidos en el Medicare.
Farmacia en Nueva York
Nueva York está siendo una de las ciudades más devastadas en Estados Unidos, a día de hoy, con más de 195.000 infectados y casi 10.900 fallecidos. En su capital, Washington, a día de hoy, hay más de 10.500 afectados y han fallecido 516 personas.
En todos los estados, se han cerrado colegios, se han intensificado los protocolos de limpieza y facilitado la cancelación de billetes, nadie puede viajar.
La senadora demócrata, Patty Murray, de Washington, declaró que el fracaso a la hora de desarrollar y distribuir ‘test’ de análisis que funcionen para las agencias públicas sanitarias, les había llevado un valioso tiempo.
Adolfo García-Sastre, el español que busca la vacuna del Covid-19 en Estados Unidos «No vamos a poder parar el virus»
Adolfo García-Sastre, es un investigador español, uno de los virólogos españoles más reconocidos del mundo, catedrático de medicina y microbiología, cree que es inevitable que el coronavirus se convierta en crónico y no se pueda parar.
Los agujeros del sistema sanitario de los Estados Unidos de América, cuyos ciudadanos pagan, de media y proporcionalmente a su PIB, se han hecho evidentes en el debate político de estos últimos años.
Cada día, más norteamericanos están realmente preocupados por el coste de las medicinas y los tratamientos. Más de un tercio de los ciudadanos evalúan que el gasto médico es la mayor advertencia para la economía.
La reivindicación del ala izquierda demócrata de concebir un sistema de salud pública universal, el «Medicare para todos», se ha aferrado en las campañas de distintos candidatos.
Siete de cada diez personas se muestran favorables a implementar un modelo público de sanidad más vigoroso que el actual, y confiando en que, con el tiempo, puedan disfrutar de una sanidad amplia y con bajas coberturas económicas.
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