El tejido de la memoria, del libro “Trauma y memoria”, de Peter A. Levine

Trauma

Para intentar comprender mejor la naturaleza de la memoria traumática, es importante alejarse del precipicio de la guerra de la memoria, empezar a sacar los distintos hilos que la componen, y que juntos forman el revestimiento de múltiples matices que llamamos “memoria”. En el sentido más amplio, hay dos tipos de recuerdos: los que son explícitos y los que son implícitos. Los primeros son conscientes y los segundos relativamente inconscientes. Estos dos sistemas de memoria, cada uno de los cuales cuenta al menos con dos amplias subcategorías, atienden a funciones diferenciadas y son regulados por diferentes estructuras cerebrales neuroanatómicas.

Memoria explícita: declarativa y episódica

Los recuerdos declarativos son el subtipo más conocido de la memoria explícita. Son un catálogo de datos detallados. Nos permiten recordar cosas de forma consciente y contar historias razonablemente basadas en hechos; historias con comienzos, mitades y finales. Muchos legos en la materia, y también muchos terapeutas, tienden a ver la memoria principalmente de esta forma concreta. Este tipo materializado de memoria es la única que podemos manifestar o a la que podemos recurrir de manera deliberada y activa. El principal papel de los recuerdos declarativos es el de permitirnos comunicar unidades separadas de información a otras personas.

Estos recuerdos semánticos son objetivos y están exentos de sentimientos y emociones. Sin memoria declarativa no existirían aviones, ordenadores, bicicletas… De hecho, tampoco habría libros. Sin ella, probablemente el fuego nunca se habría usado, ni su utilización se habría expandido por el mundo, y todavía estaríamos apiñados en cuevas húmedas sin poder hacer nada al respecto. En definitiva, no existiría la civilización tal y como la conocemos.

Los recuerdos declarativos están organizados, limpios y ordenados, al igual que el sumamente estructurado córtex cerebral que usan como hardware y sistema operativo. Aunque la memoria declarativa es la más consciente y voluntaria de los sistemas de memoria, también es la menos convencional y animada.

Si la memoria declarativa se caracteriza como fría información factual, la memoria episódica, una segunda forma de memoria explícita, es cálida y con matices. Los recuerdos episódicos suelen ir cargados de notas de emoción y vitalidad, ya sean positivas o negativas, y codifican profusamente nuestras experiencias vitales personales. Forman una interconexión dinámica entre el ámbito racional y el irracional. Esta función de intermediación favorece la formación de relatos coherentes; las emotivas historias que nos contamos a nosotros mismos y a los demás y que nos ayudan a dar sentido a nuestra vida.

Memoria implícita: emocional y procedimental

Radicalmente diferente tanto de los fríos recuerdos declarativos como de los cálidos recuerdos episódicos, los recuerdos implícitos son calientes y poderosamente convincentes. En contraste con los recuerdos conscientes explícitos, está la amplia categoría de los recuerdos implícitos. Estos recuerdos no pueden ser evocados de forma deliberada ni son accesibles como reminiscencias de ensueño. En su lugar, surgen como un conjunto de sensaciones, emociones y conductas. Los recuerdos implícitos aparecen y desaparecen subrepticiamente, mucho más allá de los límites de la atención consciente. Se estructuran en torno a emociones y habilidades o procedimientos: cosas que el cuerpo hace automáticamente.

Los recuerdos emocionales y procedimentales se entremezclan. Mientras los emocionales, ejercen un poderoso efecto en nuestra conducta, los recuerdos procedimentales ejercen con frecuencia una influencia todavía más profunda, a la hora de dar forma a la trayectoria de nuestra vida.

Timones emocionales

Las emociones, según las intensas observaciones de Darwin, son instintos universales compartidos por todos los mamíferos, y del que provienen instintos similares. Estas emociones son la sorpresa, el miedo, la rabia, la repulsión, la tristeza y la alegría.

La función de la memoria emocional es señalar y codificar las experiencias importantes para lograr referencias inmediatas y poderosas más adelante. Las emociones son potentes señales que marcan un recuerdo procedimental particular en el libro de los recuerdos motores posibles.

Organizan rápidamente los temas para facilitar la acción. De esta manera, los recuerdos emocionales se interconectan por debajo del umbral de la atención consciente con recuerdos procedimentales.

Las emociones ofrecen importante información, tanto social como relativa a la supervivencia, para conformar respuestas apropiadas ante cualquier situación, en especial en aquellos casos en los que tratar de obtenerlas mentalmente llevaría demasiado tiempo o sería inadecuado.

Estos recuerdos son esencialmente importantes en nuestro bienestar físico y la supervivencia de las especies. Los recuerdos emocionales se experimentan en el cuerpo como sensaciones físicas. Por regla general, vienen desencadenados por aspectos de una situación presente en la que hay emociones similares en la forma e intensidad. Estas emociones, en el pasado, han suscitado recuerdos procedimentales, como acciones de supervivencia. Aunque tales respuestas de acción a menudo son estrategias eficientes, en el caso del trauma, son, sin duda, trágicamente ineficaces. Dichas reacciones inadaptadas y compulsivas dejan al individuo sumido en una angustia emocional inconclusa, separado de su cuerpo y confuso.

Ya antes de Darwin, y llegando hasta el presente, se han generado, promocionado, abandonado y descartado incontables variedades de teorías sobre las emociones. Estos esquemas engloban hipótesis filosóficas, biológicas, evolutivas, psicológicas y sociológicas. Pero las emociones de base social cumplen dos propósitos: el primero es indicar a los demás lo que sentimos y necesitamos, y el segundo es indicarnos a nosotros mismos lo que sentimos y necesitamos.

Esta doble función de resonancia emocional me permite saber tanto lo que tú sientes como lo que yo siento. Compartimos esta conexión porque las expresiones faciales y posturales de estas emociones señalan estos estados a los demás; pero también porque la información modelada que el cerebro recibe de los receptores en los músculos faciales y corporales activados, nos ofrecen el sentimiento interno de estas expresiones.

Como funciones de alto nivel, las emociones nos permiten compartir lo que sentimos del otro, sintiendo sus necesidades y guiando nuestro compromiso interactivo. Desde los primeros llantos y sonrisas de un bebé hasta la proclamada euforia o rabietas del niño pequeño, desde los flirteos del adolescente hasta las conversaciones íntimas del adulto, las emociones son una forma concisa de intercambio relacional, un conocimiento primario.

Por lo tanto, el papel principal de las emociones sociales es facilitar nuestra relación con nosotros mismos y con los demás. Es también la forma que tenemos de cooperar y de transmitir normas sociales.

Las emociones tienen el potencial de conectarnos con las partes mas profundas de nosotros mismos; forman parte de esas señales internas que nos indican qué necesitamos. Son el fundamento de cómo nos relacionamos con nosotros mismos y cómo nos conocemos. Son una parte importante de la conexión con nuestro conocimiento interno, nuestra voz interior, nuestra intuición: con quien realmente somos.

Las emociones nos conectan con el núcleo de cómo nos experimentamos a nosotros mismos, con nuestra vivacidad, vitalidad y sentido de dirección en la vida. De hecho, unos de los trastornos psicológicos más problemáticos es la alexitimia, la incapacidad de conectar con nuestras emociones y comunicarlas.

Este complicado trastorno a menudo va asociado al trauma, y deja a quienes lo padecen en un desmoralizante estado de insensibilidad, como si fueran muertos vivientes.